//Manuel Sambade//
Objeto de periódicas pintadas de denuncia social, política o meros graffitis, el emblemático faro, que, pese a su nombre, se halla enclavado en Corcubión, presenta una imagen alejada de la que locales y turistas desearían disfrutar en un enclave de tal belleza.
A las iniciales pintadas contra formaciones políticas o droga, que se pueden ver difusas en los laterales, se han unido, una semana tras otra, declaraciones amorosas o de odio, reivindicaciones sociales, peticiones de pantalanes…. que afean sensiblemente el edificio. Situación que, como indicaba un turista de los muchos que por la zona se acercan, se debe a, que, según su opinión, “hay una falta de educación terrible en muchas personas, que se aprovechan de lo alejado de lugares como éste para poder cometer su fechorías con impunidad”, lamentaba el peregrino en relación a unos hechos que relataba haber visto a lo largo y ancho del camino “y te hacen sentir vergüenza ajena de la falta de conciencia cívica y de respeto por lo que es patrimonio de todos”.
Enclave referencial
La C-552 guarda en Corcubión otro de sus tesoros ocultos en la persona de un faro del SXIX, en concreto de 1860, de planta cuadrada, con cubierta a cuatro aguas y elevado sobre una plataforma de piedra. Su linterna está situada en una torre pegada al muro sur que, en la actualidad también se haya iluminado por pintadas que nada tiene en común con aquellas iluminaciones de libros que fue una de las formas artísticas más importantes hasta el siglo XVI.
Gobierno tras gobierno, en Corcubión vienen desarrollando campañas de concienciación ciudadana y de pintado y repintado de las paredes del faro pero, años tras año, la misma historia: los amigos de legar a la posteridad huellas de su “excelencia artística” (no necesariamente vecinos de Corcubión o de la zona) pintarrajean a su anchas ante la imposibilidad de poner vigilancia permanente en cada lugar emblemático de esta tierra.
Entorno paradisíaco
De las excelencias paisajísticas del lugar dan fe los miles de visitas que anualmente se acercan por el contorno, vecinos y turistas, que pueden divisar desde allí unas vistas inmejorables de las islas Loberías, la ría de Corcubión o el monte Pindo. Sin duda, tal paraje mercería mejor conservación y evitar, en lo posible, el conocido como “Síndrome del edificio vacío”. Sí, ese tan conocido impulso de lanzar una piedra a los ventanales de aquellas viviendas abandonadas.
Primero uno, luego otro, y así hasta que no queda más una herrumbre. El faro de Cee, por su parte, y dado su alejamiento, es pasto de pintores y pintadas de modo recurrente que en nada contribuyen a potenciar esa imagen turística de la Costa da Morte en la que tantos millones se ha invertido y que, con acciones como éstas, dañan el esfuerzo y la entrega de muchos al potenciar el atractivo como referencia turística de la comarca de la Costa da Morte.