Por José Manuel Palacín Y Rguez.Desde 1789 Francia ha constituido cinco Repúblicas. Cada una de ellas impulsada por un acontecimiento traumático y caracterizada por un reformismo al gusto de sus impulsores; aun así, todas ellas se construyen sobre cinco pilares comunes: la abolición de la monarquía, la separación de poderes, la laicidad del Estado, la igualdad entre todos los ciudadanos y la observancia de los derechos humanos.
No obstante la Revolución Francesa no fue propiamente una revolución liberal. Es cierto que fue concebida por la burguesía liberal pero acabó siendo parida por los Sans Culottes, academicistas y resentidos, destructores del Antiguo Régimen y de cualquier otro sistema de gobierno basado en la democracia y el capital. Napoleón salvó a Francia de la turba y seguramente de caer en algo muy parecido al socialismo soviético, (se hubiera adelantado un siglo a la URSS) pero para ello el Emperador se vio obligado a crear un estado ingente sostenido por la autoridad moral e institucional de los funcionarios.
De hecho en el lema de la República reza el concepto “égalité”, que significa igualdad, un término que radicaliza y al tiempo contraría la idea de la equidad liberal.Desde entonces, ninguna de las sucesivas repúblicas ha sido capaz de librarse de esa obsesión por la igualdad intransigente ni desalojar de sus entrañas la dictadura del funcionariado.
La V República Francesa entró en vigor en 5 de octubre de 1958, encargada, digamos forzada, por una de las figuras más conservadoras de la historia de Francia, Charles de Gaulle. Sus objetivos, entre otros, eran evitar el ascenso de la izquierda radical, mantener la paz social y las colonias y sobre todo proteger la economía francesa. Con esos mimbres no es de extrañar que el General no desmantelara el organigrama funcionarial y sindical ya instaurado.
Francia se convertiría en el paradigma del Estado del Bienestar; pero no nos engañemos el país solo soportó las consecuencias de este aquelarre unos pocos años, a mediados de los 80 ya mostraba síntomas inequívocos de quiebra. La globalización del nuevo milenio le dio la puntilla.
Pero el Estado del Bienestar en su formulación, que no en su praxis, se resistía a desaparecer, sobrevivía con la respiración artificial del clientelismo de los grandes partidos, con un déficit público endémico, con un sistema electoral rígido y con un funcionariado organizado y sindicalizado, hostil a cualquier reformismo.
Afortunadamente la realidad macroeconómica es tozuda y con la democracia como aliada es conducente siempre al liberalismo económico y democrático.
Y de ahí la génesis de Macron, el mesías revolucionario que promete reducir impuestos, flexibilizar el mercado laboral, abrir la economía al exterior, (¡por fin sucumbirá el mercantilismo francés!); Macron pretende poner “En Macha” medidas para empequeñecer el sector público, devolviendo al funcionario a su verdadera posición, la de servidor, y no la árbitro del Estado.
Y por ello el mensaje y la figura de Macron han conectado con la inmensa mayoría de los electores franceses, ciudadanos que quieren dejar de ser unos simples amancebados, poder prosperar sin llevar a rastro el grillete de un sistema impositivo insostenible, en definitiva, vivir en libertad, en la sociedad del mérito.
Del otro lado están los que se conforman con seguir siendo esclavos de la Francia proteccionista, y esos han sucumbido al subsidio plenipotenciario de Le Pen quien tiene más que ofrecer que los partidos tradicionales y que la izquierda arquetípica. Esos desaparecen, ley de vida.
Macron inspira una VI República, la nueva era que pretende saldar una deuda de Francia con la historia, con la democracia real, en definitiva, con el liberalismo.
Francia está en buenas manos. Ahora sí, ¡Viva la Francia Libre!
José Manuel Palacín Y Rguez