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viernes, marzo 29, 2024

Esclavos gallegos por esclavos negros(II)

A Coruña y el comercio de esclavos.En Adiante Galicia publicamos el segundo capítulo del serial histórico de Rafael Lema sobre la ciudad de A Coruña y el comercio de esclavos. Después del primer episodio «A Coruña y el comercio de esclavos. Un gran puerto negrero» que se puede volver a leer desde este enlace  abordamos la segunda parte del trabajo de nuestro colaborador.

Rafael Lema

El peligro de africanización de la isla de Cuba lleva a los gobernantes a reclamar mano de obra blanca y española, que en caso de insurrecciones es más patriota y puede actuar como fuerza de choque. Así desde 1840 surge la idea de repoblar con gallegos la guajira, las plantaciones habitadas mayoritariamente por descendientes de africanos. 

En este contexto el nombre de Urbano Feijoo Sotomayor tiene un papel principal entre los infames nacidos en Galicia. Fomentador de la trata de gallegos, para emblanquecer y españolizar la isla de Cuba y sustituir a los esclavos negros o mezclarse con ellos en las mismas poblaciones de chamizos de caña para mejorar la raza. Proyectos copiados por otro home bo, el dictador Trujillo, un siglo después. Su idea era llevar gallegos durante quince años, con contratos leoninos de cinco años. Empezó a enviar colonos en 1854, realizando un total de 8 expediciones con 2.000 gallegos. Otros le siguieron, pero las denuncias de los malos tratos a nuestros paisanos frenaron las expediciones (la de Benito Rubio en 1854) o hicieron modificar las fórmulas a hacendados y «traficantes». Con todo aun en el siglo XX las denuncias de explotación de emigrantes gallegos estaban a la hora del día, como dan cuenta los galleguistas indianos. 

La construcción del canal de Panamá de nuevo renovó el fenómeno esclavista. Gerardo Lombardero (La Nueva España, 18-11-2010) recogió recientemente «que había existido durante el siglo XIX una trata de gallegos en Cuba, muy similar a la que desde siglos antes se había llevado a cabo con esclavos negros africanos». El proyecto Feijoo es conocido entre los investigadores pero no abundan los textos divulgativos. El proyecto de llevar esclavos blancos gallegos a Cuba correspondió por tanto a otro gallego, Urbano Feijoo Sotomayor, comerciante en La Habana, accionista del ferrocarril de Sagua y diputado a Cortes por la provincia de Ourense. El diputado orensano pretendía disponer de un hombre -según sus palabras- inteligente, fuerte y obediente, cuyo trabajo debía ser por todos los conceptos muy superior al del esclavo negro de primer orden. Así, se compraron gallegos a 80 pesos por cabeza, para ser luego vendidos en Argentina, e incluso, según un informe de la época, se encontraron trescientos campesinos gallegos en Río de Janeiro, donde custodiados por esclavos negros a golpes de látigo eran instruidos en el arte de matar, si era necesario, a sus semejantes por este método. 

La Junta de inmigración cubana había autorizado la emigración gallega bajo los argumentos de la precaria situación en los campos, la pérdida de negros en Cuba por el efecto del cólera y con la idea de fortalecer con blancos la seguridad futura de la isla. Se estipuló, después del tiempo de aclimatación, ubicarlos laboralmente con una remuneración de no más de seis pesos mensuales, durante los cinco años de contrata, y la entrega de vestuario dos veces al año, que consistiría en tres camisas, un pantalón, una blusa, un sombrero de paja y un par de zapatos. También se contemplaba -en teoría- que tras este plazo regresarían libres a su tierra quienes lo reclamasen. No fueron así las cosas.

Consuelo Naranjo Orovio estudió el caso de los colonos gallegos en Cuba en el siglo XIX y la problemática en cuestión, desde los viajes, la manutención. Fernández de Castro y H. Portell añaden datos pormenorizados sobre la cuestión de la Trata y migración cubana antes de la Independencia. Tras una azarosa travesía, los que sobrevivían debían enfrentarse al clima, al cólera antes citado y al maltrato físico al que fueron sometidos. Como los negros esclavos, los yucatecos o los chinos, los gallegos nada más pisar tierra se encontraron con el cepo, los azotes y la escasez de comida. El testimonio más revelador está en la correspondencia que ellos enviaban a casa, que muchas veces la empresa los obligaba a entregar abierta, para que en caso de no ser de su agrado fueran intervenidas. 

Una de ellas dice textualmente: «Nos traen peor que negros, nos traen descalzos y desnudos y sin camas, nada más que unas esteras debajo de nosotros en unos tablados; pues la mortalidad nuestra fue el no tener aclimatación ninguna, ya que hemos trabajado mucho y sin provecho. Matan a la gente con palos y los ponen en el tronco y el cepo de campaña». En 1881, Antonio Conrado, valiéndose de esta correspondencia, sacó a la luz las artimañas del diputado Feijoo Sotomayor para reclutar a sus víctimas. Era el mismo proceder que siglos atrás los propietarios de esclavos venían empleando, aunque en esta ocasión con más crueldad porque se aplicaban a compatriotas. 

El escándalo llegó también a las Cortes de la mano del diputado San Miguel, que lo acusó de engañar a unos pobres gallegos, que no sabían dónde estaba la isla de Cuba, ni tampoco sabían a qué se comprometían, vendiendo por cinco años su libertad o, lo que es lo mismo, haciéndose esclavos por el mismo período. Se creó en las Cortes una comisión para investigar el asunto Feijoo, dictaminándose que se declarase la libertad del emigrante a continuar bajo las condiciones del contrato, en cuyo caso contrario sería rescindido a su elección. Lo que en el fondo supuso dejar a los gallegos sin posibilidad de exigir responsabilidades por el trato recibido, pero se dio fin a la pesadilla que habían sufrido.

De nuevo sale a la palestra en el foro nacional el tema de la Trata, pero en la discusión parlamentaria no se discute de la abolición de la esclavitud en la colonia. El asunto de que se parte es de la «supresión de la trata», de sus consecuencias para el negocio del azúcar y a esto es a lo que pretenden poner remedio mediante el traslado a la colonia de trabajadores peninsulares. En el debate entre los distintos partidos, poco parece preocupar a los diputados «abolicionistas» (Alonso y Ordax) que para satisfacer las necesidades de la producción azucarera, los trabajadores gallegos tengan que aceptar condiciones de semi-esclavitud, negadoras de sus derechos políticos.

Porque, dicen, que esos hombres habían actuado con libertad para contratar. Por el contrario, los diputados conservadores (Bayarri y Manuel de la Concha) que no hacen declaraciones contra la esclavitud, defienden la dignidad de los ciudadanos españoles que han sido atropellados por el empresario. En fin que los abolicionistas son los peores aliados de los gallegos esclavos y los partidarios de la Trata sus valedores. El presidente de la Comisión, Pedro Bayarri, afirma que la solución que se impone, por razones de Estado, no es la más acorde al problema de la dignidad humana, pero que es la única a la que el gobierno puede hacer frente. En este punto el compromiso con los derechos humanos se volatiza y a los emigrados sólo les queda la dura realidad.

La anterior descripción de la iniciativa privada para trasladar ciudadanos gallegos a la colonia cubana, las consecuencias para los que emigraron y la posterior consideración en las Cortes españolas según los citados investigadores ponen de relieve la profunda dificultad con que tropieza la protección de los derechos fundamentales atribuidos a todos los seres humanos en general y a los emigrantes gallegos a Cuba, en particular. Pero además el asunto muestra las múltiples dificultades que interfieren la garantía y protección de los «derechos». Dificultades de naturaleza política: el proyecto en el que participan los gallegos se explica y justifica en el conjunto de medidas adoptadas por el gobierno español, con la pretensión de dar solución a la falta de mano de obra esclava en la isla. 

Este era un problema económico pero inseparable del mantenimiento de Cuba como colonia española. Por esa razón, la autoridad en la isla, los comerciantes y sacarócratas urdieron el proyecto de «fomento de la población blanca»; sólo que todos equivocaron el cálculo y no sólo porque confiaron la empresa a avaros empresarios habituados a traficar con seres humanos, sino también porque los hombres peninsulares, aunque en estado de suma pobreza, no pudieron soportar las duras condiciones de vida a que los sometieron Feijóo y los empresarios y sobre todo la indignidad al sentirse tratados como inferiores a los mismos esclavos de color que trabajaban en la isla. El contenido de la correspondencia que enviaron a sus familiares en Galicia manifiesta el estado de desesperación en que se hallaban frente a las exigencias de Feijóo que reclamaba a la autoridad «mano dura con ellos», y la incapacidad de ésta para resolver los problemas que aparecían.

La experiencia de «la emigración blanca» manifiesta las contradicciones de los parlamentarios, en alocuciones que hoy nos ponen los pelos de punta y dejan a muchos prohombres patrios en el estercolero de la vileza. Todos suscriben en sus escaños en teoría el principio de libertad económica y el de dignidad humana, pero ante el caso de miles de ciudadanos tratados en Cuba como esclavos, las razones utilitarias, políticas y económicas, se impusieron en la decisión adoptada en detrimento de la predicada «dignidad humana». Si se sostiene que el trabajo esclavo es imprescindible para que la agricultura y la industria cubana produzca beneficios y como en la actualidad resulta imposible continuar la trata de negros, el único recurso con que cuenta el estado y los negociantes liberales, aceptando esa lógica, es sustituir a los negros por blancos sin variar las condiciones de trabajo.

Aceptando esta lógica, que ningún diputado discute, hablar de dignidad de los emigrados es un recurso retórico, indistintamente se refieran a los derechos de los gallegos o de los africanos. Esta es la razón de que después de largas discusiones, la solución al problema de los gallegos, tuviera que ser política, alejada de la que demandaban los afectados, abandonados a su suerte en la colonia por los responsables. La necesidad de mano de obra para las plantaciones cubanas llevó a pensar en la compra de negros en las islas caribeñas, pero el proyecto fracasó. Sin embargo a Panamá fueron llevados negros antillanos de habla inglesa y en el siglo pasado seguía en esa zona el derecho de los blancos a tener esclavos. En el Archivo Nacional: Gobierno Superior Civil, leg. 636/2091 de Cuba leemos un «Expediente sobre querer introducir D. Manuel B. De Pereda colonos negros». Se pensaba traerlos de las Antillas Menores. La demanda fue rechazada. Así que africanos, chinos y gallegos hasta la independencia cubana surtieron de mano de obra los ingenios. Las condiciones desde el asunto Feijoo fueron otras, aunque la guerra también complicó la vida en las haciendas (levas, masacres, incendios, concentraciones).

Contamos con magníficos trabajos poco conocidos en España sobre la cuestión esclavista como el de Fernández de Castro: «Medio siglo de historia colonial de Cuba. Cartas de José Antonio Saco, ordenadas y comentadas, 1823-1879, La Habana, 1923». O Herminio Portell Vilá: «Historia de Cuba en sus relaciones con los Estados Unidos y España, Habana, 1939».

@AdianteGalicia

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